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Arte Urbano

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Arte Urbano

CARTELAS PARA ALQUEZAR – Acero inoxidable grabado – Medidas: 17 x 20 cm – HUESCA. Arte público.

Las primeras experiencias de escultura en el espacio público rural organizadas por la Diputación de Huesca tuvieron lugar en el casco medieval de Alquézar durante los veranos de 1990 y 1991.

En la elección de Alquézar se plantearon dos ideas fundamentales: por un lado, la declaración de conjunto histórico-artístico, con una importante personalidad histórica y urbana; por otro se buscaba dignificar espacios públicos que por la propia fuerza artística sufrían el peligro del deterioro de un progreso mal entendido.

Estas esculturas desbordaron los límites tradicionales de la escultura como monumento público y ligaron directamente la obra con el lugar elegido para su ubicación, comprometiéndola con el entorno que pretendían transformar. Los escultores se enfrentaron con un problema real, con una condiciones físicas y económicas concretas. Vivieron en el lugar realizando paseos, localizando los enclaves y fotografiándolos hasta encontrar aquellos que les parecieron oportunos, estudiaron la historia y el desarrollo urbano de Alquezar, trabajaron sobre plano y realizaron mediciones, conocieron a sus gentes y sus actividades. Pretendieron situar al municipio en el “espíritu” del presente con unos trabajos escultóricos que no se oponen al pasado, sino que dialogan en el espacio urbano, con esas formas que el paso de los tiempos ha ido configurando y que constituyen la imagen de los pueblos.

Javier Elorriaga – Galdako, Bizkaia, 1959 – Al-Quasar, 1990 – Hierro y cinc – 380 x 800 x 45 cm. Calle La Iglesia, Alquézar

La obra de Elorriaga es una recreación del paisaje dentro de un paisaje.

No se sirvió de un marco particularmente atractivo para realizar su obra, por el contrario, siguiendo las ideas desarrolladas por el arte público, pretendió a regeneración de un escenario urbano a través de la obra de arte. Para ello eligió un lugar degradado, un muro ciego construido con ladrillos industriales sin enfoscar, que ofrecía una imagen del deterioro que sufren las antiguas estructuras del casco medieval en contacto con los nuevos métodos constructivos.

Para este muro, en una calle estrecha y alejada de toda monumentalidad, realizó un proyecto en el que aprovecha el extremo de una roca que emerge entre el suelo y el muro, para imaginar un paisaje mítico configurado por un acueducto. Una sorprendente lámina de cinc que cubre el muro adquiere el carácter de fondo sobre el que se recortan dos figuras, la roca real y el fingido acueducto que, desde su escasa estatura, confiere al conjunto una sensación de escala gigante. El metafísico acueducto  y la roca montaña cobran un carácter trágico al recortarse sobre un pictórico cielo, surge un guiño de realidad: en él aparecen cuatro gárgolas, tres de las cuales evacuan el agua de una terraza.

GABRIEL – Badalona, 1954 – La sonrisa del viento, 1990 – Piedra de Calatorao – 160 x 200 x 40 cm – Calle Pilaseras (camino a Radiquero), Alquézar

Gabriel busca mostrar la propia ontología del paisaje. Por ello, con el fin de conseguir distinguir la expresión del ser de su representación, ha prescindido de elementos representativos y ha recurrido a la empatía de esas formas abstractas que se producen solo en el mundo de las ideas.

En las obras de Gabriel hay una pretensión de representar lo desconocido dotándolo de imágenes significativas. Bajo su forma adintelada propia de una puerta se sintetizan una serie de ideas que van desde la recreación ideal de un pasado primitivo, relacionando la figura del dolmen con la idea de antigüedad, hasta la pretensión real de acomodar un lugar desde el que poder contemplar un paisaje, el de la propia villa de Alqúezar; pasando por las interpretaciones que pueden atribuirse a esta ventana (lugar por el que penetra el viento), con forma de labios que sonríen, desde la que se pueden asomar los espectadores para contemplar el paisaje; o la posible identificación formal de esta obra con una puerta urbana o arco del triunfo desprovisto de monumentalidad, pero necesario para indicar al viajero que el camino que conduce a Alquézar llega a su fin.

Carlos Ochoa – Zaragoza, 1955-2002 – Punyal pal caid, 1990 – Piedra de Calatorao – 206 x 32 x 28 cm – Calle Baja, Alquézar

La obra escultórica de Carlos Ochoa oscila entre una figuración narrativa muy realista y un cierto tipo de estilización simbolista de imágenes extraídas de los tópicos españoles. Punyal pal caid, pertenece a las estilizaciones simbólicas. Su origen iconográfico lo podemos rastrear en la figura de la peineta. Este símbolo, tan topicamente español, que logra identificar a cierto tipo de sociedad, y que es utilizado por el artista para generar una serie de esculturas, en las que la peineta se metamorfosea en silla, mesilla, ruedo, pica y jabalina, hasta llegar, en su proceso de estilización, a ser «punyal» (pequeño puñal en aragonés).

El puñal, como la peineta, fueron convertidos por Ochoa en objetos-símbolo, en vehículos que nos transportan a otros territorios, al de la muerte. Puñal clavado, sangre vertida y sombra a las cinco de la tarde. Tragedia de sainete recreada con imágenes «pop» y escenografías expresionistas. El mundo de los toros es representado por Ochoa en sus obras de los últimos años con una ironía basada en una iconografía pretendidamente «kitch».

Punyal pal caid, dado su carácter simbólico, se aleja de la mímesis realista, pero la figura, en parte estilete, en parte peineta y en parte también grada de plaza de toros, conserva los rasgos suficientes como para ser identificada con la función destructora que todos estos símbolos encierran.

Christine Boshier – Londres, 1951 – Sin título, 1991 – Hierro y hormigón – 160 x 40 x 137 cm – Callizo Alberto, Alquézar

La obra de Boshier se caracteriza por el empleo de procedimientos propios de la construcción en hormigón armado: encofrados, armaduras metálicas y morteros de cemento. Las formas que eligió para Alquézar se inspiran también en motivos arquitectónicos tomados del lugar, como son los arcos de medio punto y las dovelas que configuran el triedro que forma su estructura.

La obra, situada en uno de los pasadizos árabes de Alquézar, fue pensada para recuperar un lugar específico de la villa en el que una tremenda roca que emerge del suelo invalida un rincón del pasadizo. La obra, como un altar de retablo, se ciñe al rincón y se ofrece como mesa sobre la que depositar objetos o como un escaño sobre el que poderse sentar. Su posición en un rincón, oculto desde la parte alta del pasadizo, la convierte en una obra sorpresiva.

Manolo Paz – Castrelo, Pontevedra, 1957 – Saludo a Alquézar, 1991 – Granito – 160 x 96 x 37 cm – Calle San Lucas, Alquézar.

Manolo Paz se ha mantenido dentro de la técnicas tradicionales actualizando el oficio de la cantería. Sus obras suelen ser tallas directas sobre piedra granítica que realiza siguiendo procedimientos que, desde el Románico, se han empleado en su Galicia natal. El interés de su trabajo está en entroncar una tradición cultural ancestral, cuyos orígenes se pretenden celtas, con el mundo artístico de la contemporaneidad postmoderna. Sus obras se caracterizan por una contundencia formal abstracta, por un primitivismo totémico en el que las figuras, con una fuerza basada en el monolitismo, carecen de referente figurativo.

Más que figuras se puede decir que Manolo Paz, esculpe símbolos, protoformas esquemáticas, como las enigmáticas estelas celtas, pesados objetos para una devoción naturalista, aras para sacrificios milenarios. Dentro de este repertorio ritualista podríamos encuadrar este Saludo a Alquézar, que es como una capilla mural de piedra arrancada a la tierra, en la que se pueden apreciar las huellas de los taladros que la separaron de su lugar. En esta losa se abre una pequeña ventana, con dos hojas como páginas de un libro, tablas de una ley primitiva, de las que irradia un halo maravilloso. En la noche, una luz de esperanza saluda nuevamente al caminante que sube la empinada cuesta.

Javier Sauras, – Huesca, 1944 – Trillo de estrellas, 1991 – Madera de roble – 180 x 320 x 10 cm – Calle Medio, Alquézar.

En trillo de estrellas Javier Sauras une dos mundos que se dan la mano solo en lugares como Alquézar: el cotidiano y el material, representado por el trillo, uno de los emblemas del trabajo rural; y el poético, surgido de la contemplación de esa naturaleza que tan generosamente se puede encontrar en Alquézar. Ese mundo poético está encarnado por las estrellas que son representadas, en las iconografías, como figuras instrumentales: carros, vasijas, balanzas.

Esta escultura con forma de instrumento rústico ha sido pensada para colgar de la pared, como las largas escaleras, como los aperos de labranza. Su forma, su material y la manera de estar situada refuerzan esta analogía y ofrecen una especie de sencillo homenaje, sin lápida y sin peana, a los agricultores de estas tierras.

SEIS ESCULTURAS DE LA VILLA DE ALQUEZAR

Las primeras experiencias de escultura en el espacio público rural organizadas por la Diputación de Huesca tuvieron lugar en el casco medieval de Alquézar durante los veranos de 1990 y 1991. Alquézar es una villa fortificada de origen islámico con calles angostas y pasadizos cubiertos que configuran una trama urbana, apegada a las curvas de nivel de una colina que se halla coronada por un recinto fortificado que domina la hoz formada por el río Vero. El conjunto urbano ofrece una visión pintoresca sobre un paisaje agreste en el que los colores ocres de impresionantes rocas son matizados por infinidad de discretas manchas de un verde oscuro que aporta la variada vegetación.

El núcleo urbano esta formado por casonas de labor construidas en ladrillo, entre las que destacan algunas casas señoriales que conservan aun vestigios de antiguas construcciones mudéjares. Para este marco urbano realizaron sus obras escultóricas Javier Elorriaga, Gabriel y Carlos Ochoa en el verano de 1990 y Chistine Boshier, Manolo Paz y Javier Sauras en 1991.

En la elección de Alquézarse plantearon dos ideas fundamentales: por un lado, la declaración de conjunto histórico-artistico, con una importante personalidad histórica y urbana; por otro se buscaba dignificar espacios públicos que por la propia fuerza artística sufren el peligro del deterioro de un progreso mal entendido.

Esta esculturas desbordaron los limites tradicionales de la escultura como monumento público y ligaron directamente la obra con el lugar elegido para su ubicación, comprometiéndola con el entorno que pretendían transformar. Los escultores se enfrentaron con un problema real, con una condiciones físicas y económicas concretas. Vivieron en el lugar realizando paseos, localizando los enclaves y fotografiándolos hasta encontrar aquellos que les parecieron oportunos, estudiaron la historia y el desarrollo urbano de Alquezar, trabajaron sobre plano y realizaron mediciones, conocieron a sus gentes y sus actividades. Pretendieron situar al municipio en el presente, o mejor en el “espíritu” del presente con unos trabajos escultóricos que no se oponen al pasado, sino que dialogan en el espacio urbano, con esas formas que el paso de los tiempos ha ido configurando y que constituyen la imagen de los pueblos.

ARTE PÚBLICO. 1990- 2020

 

Esta experiencia y estas esculturas ayudaron a tomar conciencia del lugar a sus vecinos al haber sido situadas en algunos puntos degradados de la villa. Los vecinos han trabajado para que algunos de esos lugares se hayan mejorado y, así, en la obra de Carlos Ochoa se construyó a su alrededor una jardinera que contiene flores, o en el caso de Gabriel se urbanizo el entorno. Estas sencillas actuaciones justifican, al menos en este caso, la idea de que el arte puede inducir un influjo positivo sobre la sociedad y desmiente el mito del rechazo popular al arte contemporáneamente que parece desprenderse del vandalismo al que muchas obras de arte se ven sometidas. El cuidado de los habitantes de Alquézar de las esculturas es toda una lección de convivencia y respeto, éxito al que  que en un primer momento contribuyeron  los escultores que supieron trabajar sin imponer sus formas artísticas, sin recurrir a elementos masivos ni a símbolos prepotentes, actuando con cariño y discreción sobre la idea de respeto a las preexistencias del lugar.

Ahora la idea queda patente en la sensibilidad de los habitantes del municipio que han cuidado durante veinte años sus esculturas como un elemento más de la identidad de Alquézar.

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